En el año 2015 terminé de leer la obra sobre la Santísima Trinidad de Robert Letham, y aunque la disfruté plenamente y la recomiendo como una introducción a la historia y el desarrollo de la doctrina, hay una cuestión que no acepto. A través de las aproximadamente quinientas páginas de discusión, él culpa a los teólogos de usar analogías trinitarias1 que tienden a cierta formas de herejía (usualmente modalismo, triteísmo o subordinacionismo), es decir, las analogías psicológicas de Agustín, la sociedad de personas de Moltmann y la representación del Creador y sus dos manos (el Hijo y el Espíritu) de Ireneo de Lyon encajan en estas categorías. Antes de adentrarme en por qué no acepto esto, permítanme prolongar la queja con una remembranza.
Hace años, en una de las conferencias del Westminster Theological Seminary me senté en el oscuro auditorio y escuché a Carl Trueman disertar sobre cómo hay pocas, si es que las hay, analogías adecuadas para la Trinidad, ya que prácticamente todas y cada una de ellas llevan inevitablemente a la herejía. ¿Hielo, agua y vapor? Eso es modalismo. ¿Tres seres humanos de una misma familia? Eso es triteísmo. ¿Un padre y sus dos hijos? Eso es subordinacionismo, o arrianismo (escoja una dependiendo de la gravedad). Incluso aquellas analogías que parecen eludir la herejía, nos llevan a caminos no bíblicos. La analogía de un fuego, su luz y su calor traen a la mente una deidad impersonal, no el Dios Tripersonal de las Sagradas Escrituras.
Entonces, ¿abandonamos las analogías trinitarias a la orilla del camino? No exactamente. El comentario de Trueman y algunos de los comentarios de Letham han hecho que vuelva a visitar remanentes de la Trinidad en el mundo que nos rodea, lo que Agustín llamó vestigia trinitatis, (vestigios de la Trinidad)2. Agustín en su obra La Trinidad se dedico ampliamente a la conjetura de las huellas trinitarias de Dios en la naturaleza humana3. La mayoría de las analogías de Agustín son conocidas como «psicológicas» es decir, que resaltan las estructuras trinitarias en la configuración interna de una persona (e.g. memoria, entendimiento y voluntad). Es por esto que Letham sugiere que las analogías psicológicas de Agustín pueden inclinarse más hacia el modalismo, al destacar la unidad, (mente, conocimiento y amor están enclavadas en una persona, no en tres, minimiza la pluralidad) y, por lo menos, se acerca a la herejía sabeliana. ¿Está él en lo cierto? ¿El vituperio de Trueman es a favor de la teología trinitaria ortodoxa?
En un sentido, respondería sí para ambas preguntas. Letham está en lo cierto al observar que las analogías agustinianas pueden malinterpretarse como tendientes al modalismo, y la afirmación de Moltmann parece orientarse más hacia territorio triteísta. Pero la razón por la cual tales analogías viran en estas direcciones no es porque ellas sean, estrictamente hablando, defectuosas. Después de todo, al presionar toda analogía trinitaria, ciertamente esta virará hacia alguna de estas direcciones por defecto, ya que toda analogía es defectuosa. ¡Eso es lo que la hace una analogía! Lingüísticamente hablando, nunca podremos esperar una correspondencia exacta entre una analogía y su referente. En lo que respecta a la Trinidad, tendemos a olvidar que una analogía es un «paralelismo de relaciones», no una identidad de relaciones4. El objetivo de una analogía es obtener similitudes entre ella y su referente en forma reveladora, y no el de definir al referente mismo. Tenemos credos por la misma razón. Así que, aunque Letham puede estar en lo cierto (algunos eruditos sugieren que él procede con un mal entendimiento de las analogías psicológicas agustinianas), pudo haber sido más justo con Agustín si hubiese tomado más en cuenta la advertencia del mismo Agustín, las analogías trinitarias referían a “imágenes dispares”, mas no buscaban corresponderse con exactitud teológica al Padre, Hijo y Espíritu Santo5. Agustín podría afirmar que las analogías son maravillosamente útiles al ser entendidas por lo que son, terriblemente peligrosas al ser confundidas con lo que no son.
Trueman, por su parte, está también en lo cierto. Como mínimo, no hay analogías extrabíblicas debidamente “adecuadas” para la Trinidad; analogías que, al ser sometidas a juicio, no lleven a la herejía. Pero ¿qué hay con eso? Nosotros invariablemente encontramos paradojas e incongruencias cuando tratamos de formular una analogía de este mundo para el Dios que lo creó. Una analogía Trinitaria es el equivalente funcional de tratar de explicar la luz del sol con una vela. El sol es lo que permite que la vela (ambos en su composición material y en nuestra visión de ello) exista en primer lugar; da luz solo porque el sol existe y crea su ambiente elemental. Por su propia definición la vela es contingente y dependiente del sol, por lo tanto, languidece la comparación. Si tratamos de trasladarnos de la vela al sol, nos veremos frustrados inmediatamente por lo limitado e inadecuado de la vela; su total incapacidad para imitar las características de la luz y el calor del sol. Sus propiedades y relaciones sencillamente no se pueden corresponder lo suficiente a las del sol. Algo similar podría decirse de nuestras analogías terrenales de la Trinidad, ya que es la Trinidad autónoma y ontológica la que encierra todo lo terrenal. Ninguna analogía, entonces, será adecuada, ya que estamos pasando de lo que es ens ab alio (el ser que no es en sí sino que es por otro) a lo que es ens a se (El Ser que es por sí mismo).
Sin embargo, esto no quiere decir que las analogías para la Trinidad son inútiles e inapropiadas. Simplemente debemos darnos cuenta de las limitaciones esbozadas arriba. En pocas palabras, no debemos presionar las analogías. En cambio, si constantemente nos estamos recordando, incluso en hipervigilancia, que presionar cualquier analogía Trinitaria puede llevar a alguna forma de herejía, entonces podemos ser fieles a la revelación de la Sagrada Escritura mientras exploramos la profundidad y amplitud de la potestad Trinitaria que posee Dios sobre toda la creación
Yo sería el primero en reconocer la insuficiencia del lenguaje cuando se trata de penetrar el misterio de la Trinidad. Aun así, yo sería también el primero en afirmar que el lenguaje –comportamiento comunicacional– está basado en la Trinidad6. Si Dios por naturaleza es un ser tripersonal y comunicativo, entonces debemos buscar formas en las cuales podamos usar nuestra comunicación gráfica para iluminar la verdad de su dominio trino sobre cada fibra de la creación. Así que, en lo referente a las analogías trinitarias, las palabras, como los viejos amigos, siempre tendrán un lugar en la mesa. Solo tenemos que cuidarnos de la manera en que las usamos, y entender que nuestro referente está más allá de cualquier comparación. Eso no requiere silencio; sencillamente demanda que seamos cautelosos a la luz de los desafíos.
Notas:
- Por “analogías Trinitarias” me refiero a analogías de nuestra experiencia que sirven para iluminar cómo las tres personas divinas son distintas y a la vez inseparables.
- Agustín, La Trinidad VI,10,12.
- «Fue especialmente Agustín (…) quién en distintas maneras y perspectivas encontró las huellas claras de la Trinidad en la razón y conciencia humana(…).Dentro de la conciencia del hombre, él encontró trazos de la Triunidad de Dios en ‘la trinidad de: memoria, entendimiento y voluntad; mente, noticia y amor; [y] mente, conocimiento y amor» – Bavinck, God and Creation, 325.
- James A. H. Murray et al, eds. The Oxford English Dictionary (2da ed; Nueva York: Oxford, 1989),1:432.
- Agustín, La Trinidad IX; XV 21,39; XV,25,45
- Aquí concuerdo con Kenneth Pike: «El lenguaje es comportamiento, es decir, una fase de la actividad humana que no debe ser tratada en esencia como estructuralmente divorciada de la estructura de la actividad humana no verbal. La actividad del hombre constituye un todo estructural, de tal manera que no puede subdividirse en ‘partes’, ‘niveles’ o ‘compartimentos’ puros, con el lenguaje en un compartimento conductual aislado en carácter, contenido y organización de otro comportamiento. La actividad verbal y no verbal es un todo unificado, y la teoría y la metodología deben organizarse o crearse para tratarlo como tal» Language in Relation to a Unified Theory of the Structure of Human Behavior (2da ed.; Paris: Mouton, 1967), 26. Ver también Vern S. Poythress, In the Beginning Was the Word: Language –A God-Centered Approach (Wheaton, Ill.: Crossway, 2009), 18.