El paralelismo Eva-María y la restauración de la mujer

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El paralelismo entre Eva y María es muy antiguo y tiene sus raíces en Justino Mártir e Ireneo de Lyon (siglo II). De forma interesante, Agustín de Hipona siguió esta tradición e hizo el mismo paralelismo en uno de sus sermones:

Si nuestra primera caída tuvo lugar cuando la mujer [Eva] concibió en su corazón el veneno de la serpiente, no ha de extrañarnos que nuestra salud haya tenido lugar cuando otra mujer [María] concibió en su seno la carne del Todopoderoso».

Sermón 232, 2.

Lo importante aquí es que Eva y María eran mujeres. Agustín en otro lugar establece que «uno y otro sexo había caído y que uno y otro tenían que ser reparados»1. Por esta razón «el Verbo se hizo varón, pero quiso nacer de una mujer»2. Una mujer «concibió en su corazón el veneno de la serpiente», y por ella el sexo femenino fue dañado. La mujer era la Eva desobediente. Pero otra mujer «concibió en su seno la carne del Todopoderoso», y por ella el sexo femenino fue reparado. La mujer es ahora la obediente María, que dice: «He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra» (Lucas 1:38).

Sin embargo, este no es el único paralelismo con Eva que Agustín hace. En otro de sus sermones, Agustín hace un paralelismo entre Eva y «las mujeres»:

Las primeras en ver al Señor resucitado fueron las mujeres, y mujeres anunciaron el evangelio a los apóstoles, los futuros evangelizadores: las mujeres les anunciaron a Cristo (Mt. 28.1–10). En efecto, evangelio significa, en latín, buena nueva. Bien lo saben los que conocen la lengua griega. ¿Existe otra buena nueva mejor que la resurrección de nuestro Salvador? ¿Qué habían de predicar los apóstoles que fuese mayor que lo que les anunciaron a ellos las mujeres? Mas ¿por qué fue una mujer la que anunció tal buena nueva? Porque por medio de una mujer se puso remedio a la muerte. En efecto, la mujer que anunciaba la vida, consoló a la mujer que anunció la muerte, pues al acarrearnos la muerte murió ella también. Una mujer sedujo a Adán, para caer en la muerte; una mujer anunció a Cristo, resucitado ya para nunca más morir.

Sermón 45, 5.

María Magdalena, por ejemplo, fue una de «las mujeres» que menciona Agustín. En Juan 20: 1, 2, es María Magdalena quien anuncia a Pedro y Juan que el Señor no está en el sepulcro. Así que bien podríamos tener aquí un paralelismo entre Eva y María Magdalena. Como se puede ver, este paralelismo es similar al paralelismo entre Eva y María, lo cual es indicativo de que para Agustín el paralelismo con Eva no es algo exclusivo de la madre del Señor.

Como en el caso de la virgen María, lo importante de María Magdalena es que era una mujer. Una mujer «anunció la muerte», y por ella el sexo femenino fue dañado. La mujer era la Eva predicadora de muerte. Pero otra mujer «anunció la vida», y por ella el sexo femenino fue reparado. La mujer ahora es María Magdalena, que anuncia: «¡El Señor vive!».

Curiosamente, Agustín hizo ambos paralelismos en uno de sus primeros sermones durante el presbiterado (sermón 51), lo que prueba que estuvieron muy arraigados a su pensamiento desde el principio:

Por medio de la mujer se propinó un veneno al hombre que iba a ser engañado; que también por medio de la mujer se propine la salvación al hombre que ha de ser reparado. Compense la mujer, engendrando a Cristo, el pecado del hombre al que engañó. Por esto fueron las mujeres quienes, antes que nadie, anunciaron a los Apóstoles la resurrección de Dios. Una mujer anunció a su marido la muerte en el paraíso; mujeres anunciaron también a los varones la salvación en la Iglesia.

Dado que la mujer había participado en la caída, ella, como sexo, necesitaba restaurar su imagen. Esta restauración fue hecha por la virgen María y «las mujeres», entre las que destaca María Magdalena. Una restauró su sexo engendrando a Cristo y otra anunciándolo. Pero aún más interesante, por medio de la mujer también vino la restauración para el sexo masculino, ya que una mujer engendró al Hombre que restauraría a los hombres, y una mujer se los anunció.

Todo esto fue gracia de Cristo para con la mujer. Como dice Agustín: «Si el Señor hubiera querido hacerse hombre sin nacer de mujer, lo tenía ciertamente fácil Su Majestad. Como pudo nacer de mujer sin obra de varón, así habría podido nacer sin necesitar una mujer». ¿Por qué, entonces, nació de una mujer? Porque «si no hubiera nacido de mujer, perderían la esperanza las mujeres, acordándose de su primer pecado, dado que por una mujer fue engañado el primer hombre. Pensarían que para ellas no había absolutamente ninguna esperanza en Cristo». De igual manera Cristo pudo haber escogido a hombres para anunciar la resurrección, pero escogió mujeres para que recuperaran la esperanza. En otras palabras, nació de mujer y lo anunció una mujer «para consolar al sexo femenino». La imagen del sexo femenino ya no está deteriorada en Eva, sino que ahora, por la gracia de Cristo, ha sido restaurada en mujeres como la virgen María y María Magdalena.

  1. Sermón 289, 2.
  2. De div. quaest. 83, 9, 11.