La súplica por los cristianos difuntos en Agustín

Publicado por:

|

El:

|

Una sorpresa que algunos protestantes se llevan al incursionarse en los escritos de san Agustín, es que este doctor de la ortodoxia creyó y practicó la así llamada ‘oración por los difuntos’, según una lectura del De cura pro mortuis gerenda liber unus o La piedad con los difuntos. El propósito de mi investigación aquí es mostrar la manera en que Agustín creyó y practicó la ‘oración por los difuntos’, no para justificarlo, pero sí para explicarlo y alejarlo de cualquier interpretación moderna prejuiciada. Al estudiar a Agustín y los Padres en general debemos inquirir qué creyeron, por qué y cómo, en su propio contexto y según sus propias razones. Muy a menudo se comete el error de leerlos con muchas suposiciones y discusiones modernas en mente. En lugar de asumir, veamos de qué manera aquel Obispo que pastoreó la iglesia de Hipona en el siglo V creyó y practicó la ‘oración por los difuntos’.

¿Oración por los difuntos?

Lo primero que quiero hacer es clarificar la expresión ‘oración por los difuntos’. Primero que todo se debe aclarar que esta expresión no se encuentra como tal en el Corpus Augustinianum1. No obstante, se debe reconocer que Agustín usa el término oratio (oración) en relación con los difuntos. Por ejemplo, él dice: «…no se puede dudar de que se les ayuda [a los difuntos] con las oraciones de la santa Iglesia» (Sermón 172 [BAC]). También de paso dice que «oramos por los muertos» (La piedad con los difuntos 16.20). Basado en esto podría hablarse de una ‘oración por los difuntos’ en Agustín, pero creo que hay una expresión más amplia e inclusiva para identificar su creencia y práctica. En su obrita La piedad con los difuntos, Agustín usa el término supplicatio (súplica) para referirse a las súplicas hechas en la Iglesia por los difuntos, entre las que se encuentra la oración por ellos. Dado que ‘súplica’ es el término que más repite en esta obrita, la cual fue escrita casi al final de su carrera ministerial y teológica y es clave para entender su pensamiento sobre los difuntos, y dado que la ‘oración’ ya está contenida en la súplica, parece preferible y más adecuado usar la expresión ‘súplica por los difuntos’ para referirse de modo general y ordinario a la piedad de Agustín con los difuntos.

La naturaleza de la súplica por los difuntos

Como se dijo en el párrafo anterior, en la ‘súplica por los difuntos’ de Agustín estaba contenida la oración por los difuntos; sin embargo, esta súplica involucraba más que esta oración. Agustín dice que esta súplica solemne involucra tres cosas: el sacrificio del altar (la eucaristía), la oración y la limosna (ofrenda) por los difuntos (La piedad con los difuntos 18, 22). Estas cosas son súplicas que benefician a aquellos difuntos por quienes se ofrecen:

«…no se puede dudar de que se les ayuda [a los difuntos] con las oraciones de la santa Iglesia, con el sacrificio salvador y con las limosnas que se otorgan en favor de sus almas, para que el Señor los trate con más misericordia que la merecida por sus pecados» (Sermón 172, 2).

Pero estas súplicas no benefician a cualquier difunto, sino únicamente a los fieles difuntos2:

«No ha de quedar la menor duda de que todas esas cosas son de provecho para los difuntos, pero sólo para quienes vivieron antes de su muerte de forma tal que puedan serles útiles después de ella. Pues quienes emigraron de sus cuerpos sin la fe que actúa por la caridad y sin los sacramentos de esa fe, en vano cumplen los suyos con los deberes de la piedad, de cuya prenda carecieron mientras vivían aquí, o porque no recibieron o recibieron en vano la gracia de Dios y atesoraron para sí su ira y no su misericordia» (Ibid. 172, 2).

En otro lugar repite que las súplicas por los fieles difuntos hechas mediante la eucaristía, la oración y la limosna, solo benefician a los cristianos difuntos que vivieron bien, aunque se ofrecen por todos los fieles bautizados debido a que no se sabe con certeza quiénes fueron verdaderos o falsos cristianos:

«Estemos bien convencidos de que llegan a los difuntos por quienes ejercitamos la piedad las súplicas solemnes hechas por ellos en los sacrificios ofrecidos en el altar, las oraciones y las limosnas, aunque no aprovechen a todos por quienes se hacen, sino tan sólo a los que en vida hicieron méritos para aprovecharlos. Pero, porque nosotros no podemos discernir quiénes son, es conveniente hacerlos por todos los bautizados para que no sea olvidado ninguno de aquellos a los que puedan y deban llegar esos beneficios»(La piedad con los difuntos 18, 22).

Los beneficios de esta súplica por los cristianos difuntos no son del todo claros, pero dice el mismo Agustín que las súplicas «tienen por objeto aplacar la justicia divina» (Manual de Fe, Esperanza y Caridad 110), o, en otras palabras: «Ayudan a que Dios trate con mayor misericordia a quienes murieron en su amistad»3. Especialmente, benefician a los cristianos difuntos «no muy malos» (Ibid. 110). Estos son los cristianos «regenerados en Cristo, cuya vida, durante el período corporal, no ha sido tan desordenada que se les considere indignos de una tal misericordia; ni tan ordenada que no tengan necesidad de esa misericordia» (La Ciudad de Dios 21, 24, 2). Se refiere un cristiano que, aunque no fue muy bueno, por su mediano buen vivir durante esta vida se ganó el derecho «de que estas cosas le pudiesen aprovechar» después de muerto (Manual de Fe, Esperanza y Caridad 110). Por supuesto, como no se sabe con seguridad qué cristianos difuntos necesitan estos beneficios, se súplica por todos. En cualquier caso la súplica no se pierde. Si se súplica por cristianos que fueron «muy buenos» y que no necesitan estos beneficios, esta súplica sirve como acción de gracias. Y si se súplica por cristianos que fueron «muy malos», a los que ya no les beneficiará en nada, la súplica sirve de consuelo para los vivos que suplican por ellos (Ibid. 110).

La oración por los difuntos en la liturgia

Teniendo ya claro lo que es en general la súplica por los cristianos difuntos, podemos tratar la súplica específica por los difuntos que se expresa en la oración por ellos. La oración por los cristianos difuntos en la liturgia agustiniana era solo una de varias oraciones que se realizaban dentro de la plegaria eucarística, la cual lucía así:

«La plegaria de consagración seguía una formula fija que incluía el relato de la institución tomado del Nuevo testamento, el acto de trazar la señal de la cruz sobre los elementos y el ofrecimiento del pan y del vino a Dios (c. litt. Pet. 2.30.68; s. 227; Jo. ev. tr. 118.5). A estas ceremonias se añadían la conmemoración de los mártires (s. 159.1), la oración por los fieles que habían fallecido (s. 172.2), por el clero de la Iglesia local y por los demás obispos que se hallaban en comunión (s. 359.6; ep. 78.4). El pueblo respondía al final, diciendo: “¡Amén!”»4.

Esta oración por los cristianos difuntos, entonces, no era una oración particular y especial, sino que era parte de una plegaria general hecha por los difuntos y por el clero local (vivo) y los obispos (vivos) de otras iglesias. Era una plegaria amplia con dimensiones locales, universales y cósmicas. Era una plegaria por todo el cuerpo de Cristo, tanto en su dimensión terrenal como celestial. La inclusión de los cristianos difuntos en esta plegaria católica surgía de la creencia de que ellos son parte de la Iglesia:

«Porque las almas de los justos difuntos no quedan separadas de la Iglesia, que incluso ahora es ya el reino de Cristo. De otro modo no se les recordaría ante el altar del Señor a la hora de comulgar el cuerpo de Cristo (…) ¿Qué razón de ser tienen todas estas cosas si no fuera que los fieles, incluso los difuntos, son miembros de la Iglesia?» (La Ciudad de Dios 20, 9)..

Esta oración por los cristianos difuntos es llamada por Agustín «la conmemoración de los difuntos» (La piedad con los difuntos 1.3), por lo que era realmente una oración conmemorativa en la que se mencionaban a los cristianos difuntos, a veces de modo general, sin decir sus nombres (La piedad con los difuntos 4.6), y otras veces de modo particular, mencionando sus nombres (Sermón 172, 2). El reformador Juan Calvino correctamente precisa que los Padres como Agustín «hacían memoria de los difuntos por no parecer que los habían echado por completo en olvido», y también que «sobriamente, y solo por cumplir, hacían mención de lo difuntos, al celebrar la Cena del Señor»5.

¿Por qué Agustín creía en la súplica por los difuntos?

A alguien puede sorprenderle que un teólogo como Agustín creyera y practicara algo que a nuestros ojos protestantes es tan ajeno y extraño. Pero si queremos entender al teólogo debemos dejar a un lado nuestras impresiones y sensibilidades personales y considerar seria, honesta y caritativamente las razones que este tenía. Voy a resumir sus razones en cuatro: escriturística, de autoridad, de piedad y personal. Estas razones las comparto para entender los motivos propios de Agustín, no para justificarlo (aunque quizá sí para excusarlo). Asimismo, añadiré mis comentarios evaluativos y críticos a cada razón.

1. Razón escriturística. Como prueba escriturística Agustín aduce un testimonio de los Macabeos: «Leemos en los libros de los Macabeos que fue ofrecido un sacrificio por los difuntos» (La piedad con los difuntos 1.3). Aquí Agustín tiene en mente 2 Macabeos 12:43-45, donde se dice que Judas oró y ofreció limosnas como sacrificio a favor de los muertos. Por supuesto, esta prueba ‘escriturística’ no tiene fuerza para un protestante, ya que este no tiene como Escritura inspirada a los Macabeos. Sin embargo, Agustín lo incluye entre los libros canónicos (La doctrina cristiana 2, VIII, 13), y esto al menos muestra su intención constante de probar tanto como pudiera por la Sagrada Escritura. En todo caso, él reconoce que «en ningún otro sitio del Antiguo Testamento se lee esto», y no ignoraba la opinión de que este libro, así como otros que no eran parte del canon hebreo, no eran canónicos sino apócrifos (La piedad con los difuntos 15, 18)..

2. Razón de autoridad. Ante la falta de pruebas escriturísticas, Agustín recurre a la autoridad universal de la Iglesia para probar la apostolicidad de esta costumbre: «…no es poca la autoridad de la Iglesia universal que se refleja en esta costumbre, cuando, en las oraciones que el sacerdote ofrece al Señor, nuestro Dios, sobre el altar, tiene su momento especial la conmemoración de los difuntos» (La piedad con los difuntos 1.3) Y: «Esta costumbre, transmitida por los padres, la observa la Iglesia entera» (Sermón 172, 2). Es una regla agustiniana que «todo lo que observamos por tradición, aunque no se halle escrito; todo lo que observa la Iglesia en todo el orbe, se sobreentiende que se guarda por recomendación o precepto de los apóstoles o de los concilios plenarios, cuya autoridad es indiscutible en la Iglesia» (Carta 54, 1). Esta razón de autoridad es la que más peso tiene para Agustín, y, siendo honestos, es la más difícil de rebatir, ya que habría que probar que dicha costumbre surgió en algún punto después de los apóstoles. Yo diría que el silencio de un documento muy temprano y cercano a los apóstoles como el Martirio de Policarpo (donde sería conveniente mencionar dicha costumbre), es una prueba de que la misma no existió, o al menos no se popularizó, hasta finales del siglo II o incluso principios del siglo III. Esta luego se habría popularizado tan rápido que para el tiempo de Agustín (ss. IV-V) era prácticamente universal. Y si a esto sumamos el silencio de la Escritura que Agustín reconoce, su no apostolicidad se hace más evidente.

3. Razón de piedad. Agustín cree que el cuidado de los muertos es algo piadoso y cristiano. De hecho, en buena parte de eso trata su obrita La piedad con los difuntos. Pero él sostiene que el mejor cuidado que podemos tener de ellos es espiritual, presentando suplicas a Dios por ellos: «En efecto, si no nos importaran nada los muertos, de seguro que no pediríamos a Dios por ellos» (La piedad con los difuntos 14. 17). Aunque esta razón de piedad tiene su fuerza y se puede decir que es verdadera (i. e., que debemos cuidar de los difuntos), no se sigue de ello que el modo de este cuidado sea espiritual, sobre todo si no tenemos un mandamiento de Dios para ello6. En cambio, cuidamos humanamente de ellos dándoles una honrosa sepultura, como piadosamente los cristianos han hecho desde el principio, y honrando y defendiendo su memoria, legado y testimonio.

4. Razón personal. Además de todo lo mencionado, Agustín siguió esta costumbre por la experiencia personal que tuvo con su madre. Antes de morir Mónica pidió a Agustín y su hermano que suplicaran por ella en la plegaria eucarística: «Enterrad este cuerpo en cualquier parte, ni os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que os acordéis de mí ante el altar del Señor doquiera que os hallareis» (Confesiones, 9, 11, 27). Asimismo, en el final del libro IX de sus Confesiones, Agustín hace una oración al Señor por su madre. Y culmina la misma pidiendo a sus lectores que oren por su padre Patricio y Mónica tal como ella se lo pidió antes de morir: «Acuérdense con piadoso afecto de los que fueron mis padres en esta luz transitoria; mis hermanos, debajo de ti, ¡oh Padre!, en el seno de la madre Católica, y mis ciudadanos en la Jerusalén eterna (…) a fin de que lo que aquélla me pidió en el último instante le sea concedido más abundantemente por las oraciones de muchos con estas mis Confesiones, que no por mis solas oraciones». La piedad de su madre y el amor que le tenía fue algo que sin duda influenció la piedad de Agustín con los difuntos. Por ejemplo, al discurrir sobre si los difuntos se interesan por los vivos y se aparecen en sueños, aduce el hecho de que su madre no se le ha aparecido como una indicación de que esto no ocurre (al menos no natural y ordinariamente)7. Una lectura de las Confesiones mostrará que la experiencia de la muerte de Mónica y la petición que esta hizo marcaron a Agustín de por vida, y que de modo personal lo movieron a creer y practicar la súplica por los difuntos. Por supuesto, la experiencia personal no es una regla de fe y piedad, y realmente para Agustín no lo era, pero al menos en este caso, se puede ver, como observa Calvino, que Agustín «movido del afecto natural no reguló de acuerdo con la norma de la Escritura»8.

Conclusión

Agustín, como un cristiano católico de su tiempo, siguió lo que entonces ya era costumbre universal entre los cristianos. Así que en cuanto a la súplica por los difuntos no dijo nada que fuese sustancialmente nuevo. Además, esta creencia y práctica, aunque errónea, se manejaba todavía con prudencia y moderación, teniendo lugar principalmente en la plegaria eucarística de la Iglesia durante la liturgia pública. Considerando esto, es entendible por qué para Agustín no fue un problema. Aún no estaban asociadas a ella las posteriores prácticas supersticiosas e idolátricas. Si los Reformadores, entonces, abolieron del todo esta costumbre, fue porque no hallaron razón para ella en la palabra de Dios, y porque conocieron y experimentaron sus abusos posteriores. Agustín, de haberlos conocido y experimentado, es razonable pensar que se hubiese opuesto a estos abusos, ya que él mismo en su tiempo se opuso a prácticas abusivas y paganas que se habían mezclado con la veneración a los mártires, y logró la abolición de ellas en Hipona y el África. Por lo tanto, como protestantes podemos seguir la fe y piedad agustinianas a la vez que por la sabiduría de los Reformadores nos apartamos de esta costumbre que tuvo sus inicios en tiempos cercanos a Agustín.

Notas

  1. La edición en español de la BAC del De cura pro mortuis gerenda liber unus 5.7 inserta la expresión ‘oración por los difuntos’ en la siguiente oración: «…no debe por eso omitir los sufragios necesarios en la oración por los difuntos» (Obras Completas de san Agustín, vol. 40). No obstante, esta no se encuentra en el latín, que dice: «…nullo modo debet a supplicationibus necessariis in eius commendatione cessare…».
  2. Un ‘fiel’ es todo creyente cristiano, ya sea un adulto que ha profesado fe o un niño que ha sido bautizado.
  3. El pensamiento de San Agustín para el hombre de hoy, vol. 1, ed. Oroz Galindo (EDICEP, 1998), p. 997.
  4. Diccionario de San Agustín: San Agustin a través del tiempo, ed. Allan Fitzgerald (Monte Carmelo, 2006).
  5. Institución III, V, 10 (FELIR, 1968), p. 521.
  6. Dice acertadamente Calvino: «Mas, aun concediendo que a los doctores antiguos los sufragios y las oraciones por los difuntos les parecieran una cosa santa y piadosa, no menos debemos tener presente aquella regla, que no puede fallar, de que no es lícito introducir en nuestras oraciones cosa alguna que hayamos inventado por nosotros mismos; sino que debemos someter nuestros deseos y súplicas a la Palabra de Dios, pues Él tiene autoridad para ordenarnos lo que hemos de pedir. Y como quiera que en toda la Ley y el Evangelio no existe una sola palabra que nos autorice a pedir por los difuntos, sostengo que es profanar la invocación de Dios intentar más de lo que nos manda» Institución III, V, 10.
  7. «Si las almas de los difuntos se interesasen por los asuntos de los vivos, y ellas nos hablasen en sueños, cuando las vemos, mi piadosa madre, por no hablar de los demás, no me abandonaría ni una sola noche, ella que me siguió por tierra y por mar para vivir conmigo. ¡Lejos de mí pensar, en efecto, que la vida más dichosa la haya vuelto cruel hasta tal punto que, cuando algo angustia mi corazón, no quiera consolar al hijo triste, a quien ella amó únicamente, y a quien jamás quiso ver afligido!» La piedad con los difuntos 13, 16.
  8. Institución III, V, 10.